Chivo que Rompe Tambó
Owunko, vista hace fe*
Para Jorge Perrugorría, presentar este año en Italia la exposición Laberinto en la Galleria del Palazzo constituyó un acto que lo liberó, de un modo más consciente, de su proceder en cuanto a la manera en que él intentaba plantearse el conjunto de su pintura, colocándolo más cerca de ese deseo suyo de enrumbarse hacia la abstracción, sueño del cual se había ido alejando sin proponérselo. Sin embargo, pese a su pensamiento y a su añoranza, cuando estaba realizando su serie Caminos, a inicios del 2005, su profesión de actor lo llevó poco a poco hacia lugares, que sin dejar de ser en esencia los que él quería transitar, propiciarían nuevamente la conjunción de fuerza y vehemencia, características estas con las cuales su vida se aderezará, al parecer, de forma inevitable.
La pintura de este actor y director de cine no está comprometida con ningún ejercicio académico, con ninguna corriente que no sea su propia intuición al desbordarse sobre lienzos y cartulinas. Como Perugorría es alguien que ignora reglas, fórmulas, tecnicismos, trabaja con una sinceridad casi infantil sosteniéndose libre de cualquier corsé, y así toma sin prejuicios lo que está a mano. Los pinceles y brochas, que por momentos son sus utensilios más socorridos, pasan a ser sustituidos por sus propios dedos del modo más informal e irreverente posible.
Esta exposición, Chivo que rompe tambó…, es deudora del documental Santiago, la virgen y la fiesta del fuego, que recientemente acaba de co-dirigir. Esta muestra comparte con el filme una espiritualidad abierta e inclusiva comprometida con lo religioso, pero también con la cultura popular y sus tradiciones más ancestrales en la que además de lo místico, queda recogida una manera de decir y hablar trasmitida como parte del saber de un pueblo. Oralidad salvadora de credos y sabiduría con una inquebrantable resistencia.
A aquellos hombres de antaño a los que se les pretendió despedazar la voluntad, más allá del escarnio a su cuerpo físico, despojados de todo, no se les pudo privar de su Ori, guardado en su cabeza cual única verdad. Esa apreciación sincera de la creación popular está en las piezas de esta exposición a modo de recordatorio. El artista atrapa un sorbo del “viento del tiempo”, como dijera Samuel Feijóo al escribir el prólogo de ese libro imprescindible que es Del piropo al dicharacho, en cuyo refranero el chivo tiene más de una alusión.
Perugorría, como puede apreciarse, bebe de diferentes fuentes creadas todas por la gente de este país (y de otros) durante generaciones, no sólo de la literatura oral, sino también de visiones todavía por contar o no reveladas, y se nos descubre así como uno de esos amadores del folclor al ponerlo en evidencia, retratarlo o espejearlo de una u otra forma, buscando lo que hay de legítimo en él.
El chivo sobre el cual habla esta exposición está en el signo de IFA que se llama Ogbe Yono, y tiene una presencia notable en dos patakines (o leyendas) vinculadas con Orula. En una de ellas, la altanería del chivo ante un rey lo hace pagar con su propia vida su osadía y fue precisamente esta misma historia la que dio origen al refrán tantas veces repetido. La otra narración recuerda las consecuencias que tuvo que afrontar el orisha ya mencionado a raíz del olvido de una promesa realizada a Oshún.
Este universo es recreado en los trazos al óleo que recuerdan cabezas de pájaros provenientes de su figuración anterior, entremezclándose ahora con signos que guardan una relativa similitud con las firmas de Osain, integrado todo de un modo gestual. Unas veces los trazos se destacan en rojo, otras en blanco, en medio de un universo de sienas, resultado de una acción muy informal en la aplicación del barniz sobre las superficies, consiguiendo efectos plásticos peculiares, semejantes en algunos casos al resultado de una sustancia que emulsiona ante nuestros ojos. Chivo que rompe tambó…, se presenta ahora como parte de su más reciente quehacer pictórico. En la muestra se alcanza una singular vibración que no abandona lo expresionista pero consigue al mismo tiempo una unidad dentro del conjunto, que era un hecho ausente en la pintura de este creador hasta este momento.
Esa coherencia a la que antes me refería no se pierde con la inclusión de cuatro grandes lienzos continuadores de la serie Fotogramas. Estas piezas refuerzan el carácter narrativo que del cine Perugorría hereda como si se tratara de storyboards en los que las escenas se desarrollan para una mejor comprensión de las historias. Aquí están, para ilustrar lo anterior, una secuencia erótica, lo acaecido a un chivo en su encuentro con la virgen de la Caridad del Cobre y, la narración acerca del momento en que ese mismo animal ofrenda su fuerza y vitalidad. Pasa su espíritu, como su sangre misma, al caldero de una deidad para alimentarla y fortalecerla con su sacrificio.
Los ojos del espectador ya no podrán abrigar dudas. Es tu fiesta y tu oblación. Chivo, vista hace fe.
Caridad Blanco de la Cruz
Viernes 25 de noviembre de 2005, en La Víbora, a las 0:33 horas