Chivo que Rompe Tambó / Catálogo de Nueva York
Después de vivir una Fiesta del Fuego en Santiago de Cuba, donde su trabajo en un documental le permitió entrar en contacto con los rituales del vodú y la Regla de Palo Monte, Jorge Perugorría sintió que una savia nueva entraba en su pintura. El actor que un día halló en los pinceles un modo de expresar otra parte de su yo, encontraba ahora una inyección de savia vital para su “violín de Ingres”. Así nació la serie Chivo rompiendo tambor, primero bajo la forma de un conjunto de lienzos, exhibidos recientemente en La Habana, luego este conjunto de once piezas realizadas en técnica mixta sobre cartulina manufacturada en Camaguey puede contemplar con alegría. El artista logra en estas piezas una síntesis apreciable. Trabaja a partir de unos pocos motivos: extremidades inferiores casi humanas, formas que provienen de la silueta de un pez, figuras geométricas irregulares que van del triangulo al trapezoide y permutándolos, puede dar vida a bestias fabulosas o seres antropomórficos. Llama la atención su prudencia en el uso del color: contra los ocres y blancos del fondo, predomina el marrón de las figuras y los gruesos trazos del negro de los contornos. Esta austeridad, mezclada con la textura gruesa e irregular del soporte, da a las piezas un misterio que parece radicar en su falso primitivismo que opera como distanciador y vehículo para el extrañamiento en el espectador. Estamos en un mundo que linda con las fantasías de Matta y con el hervor caribeño de Wilfredo Lam, mundo de símbolos, de simbiosis, de penetración en ese punto donde la naturaleza y lo humano se religan. Un motivo afrocubano –que es refrán, resto de patakín y también música incorporada- sirve para configurar esta serie donde el rito sagrado y la celebración profana se unen. Gorría –el pintor- tiene en común con su alter eso Perugorría la voluntad de representación: estas cartulinas son un modo de poner en escena lo que hay soterrado en celebración y juego en el hombre antillano. Al pintar así, actúa, porque hay un lado en estas piezas que nos permite al propio performance del artista mientras las crea. Nos parece verle danzar por el estudio, elaborar gestos, desafiar el fluir de la música y querer copiar los ritmos del tambor. Toda una celebración nace de estas superficies y a ella nos sumamos con la alegría de un descubrimiento.
Dr. Roberto Méndez Martínez