Labyrinth
Caridad Blanco de la Cruz
“Desvestido de los otros que soy yo”
Jorge perugorría es un hombre público, ciertamente popular, su rostro, en la televisión primero y en el cine después, lo han convertido en un componente más del imaginario y la iconografía de la nación cubana. La espectacularidad del cine disuelve sin embargo esa parte suya ligada al teatro, y también a ese ser que realiza documentales y aspira a dejar en el celuloide, la huella de sus propias ficciones. ¿Cuántos hombres ha sido Jorge hasta hoy? No sabría decir con certeza, ni cuales, ni en cuantas partes de este mundo.
II
En el piso, se despliegan hasta mí una veintena de lienzos realizados al óleo. Telas de grandes formatos que han sido amasadas casi siempre sobre el suelo, durante cuatro años. El hombre que las pinta me está mirando. Los ojos me son familiares, pero a él no lo conozco. Me está hablando y voy, de las pinturas a su cara, de sus palabras a una sustancia que no está ahora dentro de él. No hay set, no hay chaquetas, no hay director con un guión para marcar las pautas del personaje que tendría que interpretar. La voz de Perugorría lo trae solo a él, que se abre paso en medio de una tarde de abril cerca del mar, en La Habana.
III
Las treinta pinturas ahora exhibidas en Florencia son el fruto consumado de lo instintivo, del espacio ganado para así mismo por el actor, ausente desde niño, por propia voluntad, del oficio y las academias de pintura. Si las obras tienen una carga expresionista y una fuerza linda con la violencia es justo, porque su creador ha intentado a través de ellas, librarse de cosas que lo atormentaban llevándolo a la asfixia como individuo. En la medida que se han venido consumando las diferentes series a lo largo de los últimos años, Perugorría ha aprendido no solo a adentrarse en ciertas modulaciones del oficio que constituye la pintura, sino también a tener en cuanta más allá del hecho de su propia liberación, la ductilidad de las artes plásticas para expresar mucho más de lo que él fue consciente en un principio. La pintura concebida cuál explosión de sentimiento que conformaban su patrimonio espiritual, dejó de tener solo un compromiso consigo mismo, en la medida de que el autor que pintaba tomó consciencia de que el nuevo medio utilizado como vehículo de expresión, al trabajarse, le permitía referir de modo sucinto he instantáneo la relación entre el individuo y la sociedad, un modo de ver y entender lo real de una manera diferente a como lo hace el cine. Lo que este actor a pintado, denota una admiración y un reconocimiento particular a la obra de Wilfredo Lam que lindó, por momentos, con los territorios de la apropiación, de modo independiente a otras influencias que pudieran atribuírsele en particular de artistas cubanos de la década del ´60, pero de las cuales no tiene consciencia. Perugorría confiesa que sus referentes afloran como resultado de ese intenso y largo viaje que ha sido para él el cine, que lo ha llevado a numerosos países de Europa y Latinoamérica, y constituyen un factor no solo ligado a lo pictórico, sino a la cultura viva, sobre todo el arte y la música popular de los lugares donde ha estado, aspectos que de alguna manera se han filtrado y afloran en las piezas a modo de catarsis.
IV
Perugorría comenzó en el 2001 a concretar su afición por la pintura. En los inicios, con un reconocible acercamiento a la obra de Wilfredo Lam. En “Homenaje” (a La jungla) se aprecia una admiración centrada, especialmente, en sentir a Lam como exponente mayor de la síntesis de una cultura mestiza, hibrida, expresión del universo religioso de lo afrocubano y su sincretismo. En esta primera etapa la pintura de Jorge fue más explosiva en cuanto a color como sucedió en “Cañaveral”, y aún en otras, sin embargo, no es precisamente este efecto lo más común en su trabajo, aún en el momento que realizaba la serie “La Caridad”, tributo a la patrona de Cuba, la Caridad del Cobre. En el espacio de la misma, la figuración tiene un carácter simbólico, construcciones de orientación triangular, donde una especie de gran ojo que irradia pasa a ser el rostro de la virgen, mientras el cuerpo lo conforman un apretado grupo de cañas de azúcar, y, la capa que envuelve a la deidad, tiene una transparencia que le permite colocar diferente personajes a su alrededor y también a su abrigo, ya sea a la criatura que sostiene en brazos, a los tres Juanes en las medias lunas que representan al bote, y a otros espíritus que se entremezclan además con ella. Los peces y también los pájaros son elementos recurrentes en buena parte de la pintura de Perugorría. Peces que configuran cuerpos enteros de los personajes, en piezas como Apocalipsis, o constituyen el trasfondo, el escenario de uno de sus elegidos, teniendo esto fundamento sobre todo en “Buda” (donde queda recogida además su afinidad con la filosofía y la cultura oriental). El uso del pez está relacionado con la leyenda que lo hace poseedor del secreto de los abakuá. Pero el pez es más, algo penetrante en el inconsciente, incluso un ente fálico; barco místico de la vida que navega, viaja. Las cabezas de pájaros con picos amarrados, son convertidas en manos y pies de otras figuras donde los grises constituyen a destacar la fuerza centelleante del rojo, utilizado para representar las cabezas de seres irreconocibles y de exaltado expresionismo. Otras obras, por el contrario, se sostienen solamente desde formas ovoides con la intencionalidad de acentuar el enigma y la maravilla de la gestación en el mundo animal, el gemido de lo que está por nacer; el comienzo y origen de las cosas y lo que se desencadena tras todo nacimiento.
Acto relacionado además con su condición de isleño, de habitante de una isla, y el mar por todas partes: límite, frontera; principio y fin, emblemático desafío. También existe una zona dentro de la pintura de Perugorría que esta matizada por el juego y la ironía como son “Esperando a Iván”, “Mi amigo el perro” y “El blumer de Ava Gadner”. Unas, nacidas o elucubradas a partir de vivencias tan excitantes como la incertidumbre y la impaciencia, provocadas por el acercamiento al lugar donde se vive de un Huracán.
Otras, vienen de las impresiones que le suscitan los animales domésticos o la lectura de un pasaje de un libro. La pintura de Jorge tiene un poco de la impronta de lo que comúnmente se ha denominado arte primitivo, pero sin que se pueda, de modo definitivo, clasificar estas descargas suyas con una denominación u otra. Hay, no obstante, un elemento insoslayable que mana de la mayoría de las obras, y es su condición de creyente, de hombre con fe más allá de religiones y dogmas. Ahora que entreteje su serie “Caminos”, no se pierde ese espíritu de encontrar la iluminación en medio de las encrucijadas, y se dispone ya, a construirse otros senderos con pintura sintética, en busca de las potencialidades del nuevo material acercándose cada ves mas al gesto abstracto, lugar a donde pretendía llegar desde el principio, después de ponerse a prueba, de asumir el riesgo de ser y no convertirse en espectador de su propia vida.
V
La tarde en la que hablé con el hombre de las pinturas, todavía no terminaba. Sin embargo ya no le pude volver a distinguir, se había quedado atrás, junto a las obras listas para enhuacarlas, a mitad de camino entre el mar y la casa. En el comedor se tomaba café y se fumaba antes de irme. En último instante, cuando alcanzaba la puerta hacia la calle, sentí un rumor a mis espaldas. Me pareció un rezo que venía desde lejos en el tiempo, del que sólo alcancé a escuchar el final tenue de una voz que esgrimía su conjuro…
“…Aquí me quito todos los rostros y también las máscaras. Me quito la piel de lo que he sido y de los que seré. Desvestido de los otros que soy yo, Ochún dame ahora tu bendición”.